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Karnataka, del mar a la montaña
Entre Goa y Kerala, Karnataka. Estado del sur
de la India con el mismo número de habitantes que toda la población francesa
(50 millones), pero de una superficie tres veces más pequeña (192 000 km2).
Región diferente, idioma diferente. Aquí se habla una de las más antiguas
lenguas drávidas, el kannada. Afortunadamente para nosotros, angloparlantes,
hay en todas partes.
Llegando a Gokarma, una pausa en nuestra ruta
nos permite descubrir las pequeñas comunidades de forjadores de fierro. Algunas
familias, por supuesto de intocables, viviendo bajo un toldo pesado de polvo y
mugre, que se organizan entre ellos para fabricar, de una manera casi
primitiva, los largos y curvados cuchillos que servirán al comercio cocotero.
En Gokarma, pequeña urbe en el norte del
Estado, la Noche de Shivá nos esperaba. Sin saberlo, habíamos tomado el mismo
camino que miles de peregrinos toman durante el mes de febrero de cada año,
para asistir a la celebración de Mahashivarastri, la solemne adoración a Shivá (celebrada
en diferentes lugares de la India). Desde la entrada al pueblo hasta la orilla
del mar, la calle principal resplandecía en suntuoso atavío para tan magna
ocasión. El suelo cubierto de tapices y el gigantesco cielo fucsia constelado
con mil flores ondulantes, acogía bajo el cruel calor, los pies descalzos de
los peregrinos. Lejos del Ganges, los fieles practican un baño ritual en el
Koti Tirka lake (un estanque de dimensión equivalente a un campo de futbol),
antes de visitar el templo. El perfume de incienso se mezcla a la música
religiosa, mientras que las ramilleteras preparan las ofrendas a la entrada del
templo. Un coco entero, algunas flores, dos o tres platanillos, una hoja de
plátano o un pequeño plato de cobre, el conjunto hace de su embeleso, un divino
ramillete. ¡No hay mejor regalo para honorar a Dios! Ceremonias de fuego,
adoraciones, procesiones, cantos, meditaciones… se prolongan de día como de
noche. Nosotros, asiduos observadores de las creencias del mundo, asistimos
cautivados sin comprender totalmente el significado de todos estos los ritos
pero es para nosotros la ocasión de descubrir la religión, la tradición y el
fervor hindú. Y por supuesto, también para probar las preparaciones especiales
de estas fiestas, como el Thandia, por ejemplo. Esa mezcla de leche, miel y
almendras que los Sadhus (sacerdotes) ofrecen cuando se visita un templo. El
veinte de febrero, fecha de la “Noche de Shivá”, los peregrinos siguen
llegando. Viejos y jóvenes, ricos y pobres, hombres y mujeres sin importar ni
clase ni casta, una interminable fila los unirá a todos por lo menos un día,
antes de entrar al templo. Algunos asocian esta fiesta a la boda de Shivá y
Parvati, otros hablan de la noche en la que Dios ejecuta la Danza de la Creación.
En el interior del templo, los Sadhu y los Gurús bañan al dios Shivá con una
mezcla de leche (producto de la vaca), miel, flores y agua mientras que otros
cantan o recitan los mantras sagrados en un ritual que se prolonga durante toda
la noche. Para todos los hindúes es un momento de invocación, de oración, de
meditación. Dos días después, un carro alegórico espectacular, de la misma
forma y tamaño que un templo pequeño, formado por una portentosa base de madera,
maravillosamente esculpida, sobre la que mil banderillas de colores lo enaltecían,
cual una gigantesca cofia. La clausura de la fiesta, estaba en puerta. Bajo las
impetuosas percusiones de los tambores y una lluvia vehemente de platanillos,
simbolizando la abundancia de las cosas buenas, el portentoso edificio fue
tirado por cientos de fíeles a lo largo de la calle. Gritos, aplausos, llanto,
agitación… El furor espiritual en su máxima, máxima expresión. ¡Alabado sea Shivá!
La religión gobierna el Alma hindú y su moral
en la Tierra. Podríamos contar por decenas el número de templos en un sólo
pueblo o, sobre nuestro camino, en un sólo día de pedaleo. Y ese número no es
aun suficiente ya que centenas de templos se siguen construyendo. A condición
de tener dinero, cada hindú puede construir su propio templo y dedicarlo al
Dios de su elección sin necesidad de autorización particular. Excepto en el
caso de los más antiguos, la mayoría de los templos comportan únicamente un
Mahamandaban, espacio o recinto donde se reúnen los fieles, y un Garbagrya o
santuario; generalmente oscuro, místico y misterioso. Este santuario principal representa
el Espíritu Humano y, albergando así al Dios principal del templo, es
generalmente oculto por varias series de cortinas. Algunas veces durante el
culto religioso, el Sadhu retira, ritualmente, una por una las series de
cortinas. Esto es para demostrar que si Dios es omnipresente, nuestros ojos no
lo pueden ver ya que nuestros pecados forman, como las cortinas, un velo que lo
oculta de nuestra percepción. Si, a través de la práctica de la virtud logramos
retirar ese velo, la luz de la sabiduría nos permitirá vislumbrar lo Divino.
Cualquiera que sea la dimensión del templo,
entre el Mahamandabam y el Garbagrya, habrá siempre, sistemáticamente, una caja
fuerte. Sobre todo, no salga usted del templo sin agradecer a Dios.
El hinduismo concentra, sin lugar a dudas,
los conceptos filosóficos más antiguos, más completos, más sabios… de la
historia de la humanidad. Pero, si en su inicio, eran las cualidades naturales
(o gunas) de cada persona lo que permitía distinguir a los sacerdotes (Brahmanes), a los administradores (Kshatriyas), a
los comerciantes (Vaïshyas) y a los servidores (Shoûdras), con el paso del
tiempo y las influencias de otras culturas, esta elección se volvió un sistema
de castas, sub-castas y fuera-de-casta (los intocables), impuesto por herencia y
no revocable. Tal cual se abre en nuestro camino cada día. Las prácticas
religiosas de la India moderna, a los ojos de nuestra pequeña condición de
trotamundos, nos parecen, algunas veces, superficiales y terriblemente
desnaturalizadas, concretamente en lo que concierne a los intocables y a las
más bajas castas.
Pero, desde cualquier punto de vista, la India es un paradojismo
cultural. Sólo aquí se pueden ver templos maravillosamente esculpidos que
contrastan con la cantidad espectacular de inmundicia que los rodea; un sin
nombre de ostentosas joyerías que se codean con majestuosos palacios, en
barrios donde el drenaje impera a cielo abierto; magníficos coches
religiosamente mantenidos, circulando sobre en carreteras en un estado, por demás
lamentable; mujeres descalzas, adornadas con magníficas joyas; ritos y cultos
de profunda espiritualidad en medio de una circulación cacofónica; gente, que
en medio de la miseria, acoge al viajero con una sonrisa que pellizca el
corazón… No hay nada que explicar, ni nada que entender. La India es una
sacudida brutal, el más recóndito destierro; una Tierra, una Cultura que choca
y fascina a la vez.
Dejando Gokarna atrás, atravesamos Karnataka
haciendo escala en Murudeshwar, donde visitamos la gigantesca estatua de Shivá y
su templo; en Malpé, donde nos paseamos en un puerto que sorprende por sus 2000
barcos de pesca, aquí fue donde conocimos a Edy, Kaliz y Franck, franco-dominicanos
de vacaciones con su familia hindú de adopción. El 27 de febrero dejamos la
orilla del mar para descubrir la montaña, la vegetación interior y la
antigüedad hindú. En nuestro camino, la ciudad de Karkala nos regala
Gommashwanara, uno de los más antiguos templos Jainista con una impresionante
escultura de un Dios desnudo, Gommateshvara, alta de 12 m aprox. Nuestro camino
no deja de ascender pero la calma y las parcelas de arroz, en vastas e
irregulares escalinatas bordeadas de cocoteros, vigorizan nuestro ánimo, medio
atolondrado por del ruido de la circulación. Belur y Halebid, nos ofrecen dos
grandes obras maestras de la dinastía Hoysala, dos templos pura maravilla de la
escultura milenaria; Shravanabelagola nos transporta sobre sus 700 escalones
que llevan hasta el cielo. ¡No! Hasta la cima de dos fabulosos monolitos en
donde se encuentran dos templos Jainistas, uno dedicado (una vez mas) a
Gommateshvara. Esta vez, su imponente estatua rasca los 18 m. Una formidable
expedición que los peregrinos realizan siempre descalzos. Nosotros, para evitar
las quemaduras, nos permitimos hacerla en calcetines. Y nuestra ascensión
continúa. A estas alturas nuestro paseo nos lleva entre los prodigiosos
cultivos de té. Colinas y más colinas completamente vestidas de los maravillosos
arbustos de esta preciada planta. No lejos de ahí, los campos de café. En flor.
Como para coquetear a nuestro encanto. Acacias, bananas, pinos, cocoteros,
palmeras, mangos, tamarindos y las mil especies más que completan el inventario
que dio a la India, desde la antigüedad, su esplendorosa reputación. Una
estancia en Mysore para admirar su palacio, sobre todo de noche cuando las
luces lo enaltecen.
Y si luego de tanta ascensión nos creíamos en
plena montaña, de la cima, aun estábamos lejos. Después de Mysore, subimos
algunos cientos de metros para aprovechar el aire puro de la Reserva de
Bandipur (o Mudumalai). Nadie, ni autoridad presente ni otro, trató de impedir
nuestro paso en bicicleta. Nosotros continuamos sin tensión ni cuestión. Pero
la despreocupación nos duró poco ya que a varios kilómetros en el interior de
la reserva, la señalización prohíbe a los conductores salir de los coches. Venados,
macacos, elefantes, tigres, pavorreales y otros animales, totalmente
silvestres, circulan libremente de un lado a otro de la carretera. En nuestra
travesía en bicicleta tuvimos la suerte de ver una familia de elefantes, pero
la verdadera suerte fue, que ellos no nos vieron a nosotros. Y como lo mejor
hay que dejarlo para el final, el 13 de marzo, henos por fin a Oocty. A 2600 m
de altitud. Que vertiginoso y refrescante esfuerzo. Se los dejamos para la
próxima.
Estamos actualmente en Palakkad, en el Estado
de Kerala. En unos días más alcanzaremos de nuevo la orilla del mar, pero a
nosotros, el calor tremendo ya nos alcanzó. Continuamos bajando, el extremo sur
de la India nos espera. Pronto el contador pasara los primeros 9000 km de
nuestro viaje.