Tan antigua como el tiempo: Anatolia, Asia Menor, Imperio Otomano, o simplemente, Turquía
Desde el 26 de octubre, nuestro día comienza casi de madrugada. Los cantos religiosos, emitidos desde la parte superior de los minaretes, llamando a los fieles a la mezquita, vibran en todos los rincones del país y vienen a zumbar en nuestros oídos, para hacernos sumergirnos en la cultura y las creencias de la tierra que nos aloja.
Pedaleando contra el viento helado desde la frontera griega, entramos a Turquía por la ciudad de Kesan. Luego, sin dejar de luchar contra el viento, nos dirigimos hacia la península de Gallipoli con el fin de descubrir el famoso y tanto envidiado Estrecho de los Dardanelos.
Largo de 60 km, este canal es el único pasaje marítimo entre Asia y Europa. Razón de la discordia y escenario de batalla que, desde los tiempos más antiguos, han caracterizado a esta península. Miles de soldados de diferentes nacionalidades, dejaron su vida, tratando de apoderarse de su control. A cada lado de nuestro camino, entre rocas y vegetación, el paisaje luce de tristeza esparcido de tantas tumbas. Al visitar los cementerios memoriales franceses, turcos, senegaleses, ingleses, uno se los puede imaginar, como centinelas, protegiendo por siempre este trecho estirado de tierra. Frente al mar, rodeados por un tráfico marítimo continuamente agitado, esperemos que por lo menos, descansen en paz!
Al llegar a la punta de la península, medio ojo al oleaje removido, una sopa para calentarnos y media vuelta hasta Kilitbahir para tomar el barco y cruzar el estrecho. En dos horas, tocaremos tierra turca firme en el puerto de Canakkale.
Qué lejos nos sentimos del ritmo pausado de nuestras travesías meditativas en los campos búlgaros, griegos e incluso turcos, sacudidos en este bullicio efervescente de Canakkale. Una ciudad de sólo 100.000 habitantes que, en domingo por la tarde, nos dio la impresión de una desmesurada megalópolis.
Entre el puerto y el centro de la ciudad, nos damos como primera misión nuestra instalación. El reto es encontrar un hotel. Pero no cualquier hotel, sino uno, que por nuestro precio (50 TL, ± € 20), nos proponga los mejores servicios.
Henos aquí, frente a la recepción de nuestra última prospección antes de decidirnos por el mejor. Gema se decide a atravesar la puerta de una, no muy modesta, fachada. Preguntar no es grosería… ¡Ya lo veremos!
- Hola ¿tiene una habitación doble? - Sí, dice la empleada. - ¿Cuál es su precio?, pregunta Gema – 120 liras turcas (TL), dice la empleada. - Demasiado caro para mí, ¡Gracias! dice Gema. - Espere, no se vaya de esa manera, dice la empleada y llama a su jefe. ¿Cuánto puede pagar? Dice el jefe. - TL 50 por dos personas, dice Gema. - Imposible, dice el jefe. El precio por persona es 60 TL. - Ok, pero yo busco una habitación doble por 50 TL, gracias, dice Gema. -Pero, madame, no se vaya así, permítame, dice el jefe. Si mi precio no le conviene, excepcionalmente, puedo proponerle una reducción. Si usted lo desea, mi hotel puede recibirles por 50 TL. (Además, con desayuno incluido!)
Esto se cuenta fácil, pero ¡caracoles!, no lo podíamos creer. Antes de Canakkale, habíamos comprendido que con 50 TL podíamos encontrar una habitación limpia y cómoda. Después de Canakkale, comprendimos que con 50 TL, y un poco de suerte, podíamos ofrecernos cordialidad, encanto y clase. ¿Cuestión de táctica? ¡Tal vez! Pero, sobre todo acogimiento 100% turco!
En práctica desde hace casi cuatro meses, esta maniobra cotidiana para encontrar un alojamiento, nos iniciaría al entendimiento de la actitud humana yendo desde la total indiferencia hasta al contacto más emotivo. Como a dos cobayos, nuestra audacia nos instalará en una diversidad de medios, en la mas rebuscadas habilidades del universo de una simple “habitación doble”, y, lo inconcebible, nos conducirá a la alucinante disparidad de y servicios que se pueden obtener en un mismo país y por el mismo precio...
Siguiendo hacia el sur, por la costa oeste sobre el mar Egeo, nos preparamos para un descenso hacia Troya, Asos, Ayvalik, Foça, Izmir, Efeso y Bodrum. Un viaje hacia la antigüedad que hubiéramos preferido realizar en alfombra mágica para sobrevolar los elevados y majestuosos relieves de esta tierra. Casi el 80% de territorio turco está cubierto de montañas.
En este abrupto y accidentado panorama, cargados como mulas, enfilamos más de 1000 km, contados en ciclos de 30 min cuesta arriba, lentamente para evitar la traspiración y el jadeo, 30 preciosos segundos de contemplación desde tremendas alturas y 3 min de desfachatada conmoción en bajada vertiginosa, antes de remolcar, cuesta arriba, la siguiente colina. Suerte para nosotros que las carreteras de esta región gozan de excelentes condiciones, la mayoría, con un acotamiento más ancho que lo normal. Suerte también que, ciertos días, el viento aligeró nuestro ascenso y que nuestras rodillas y bicicletas nos dejaron trajinar, sin replica ni injuria, soportando toda nuestra carga de un monte a otro.
¡La antigüedad greco-romana es el precioso presente turco! Incontables vestigios de la grandeza y del esplendor de esta época reposan a lo largo de la costa oeste. Ahí, como cualquier cosa, yacen en mil trozos esparcidos en el suelo, escapando mágicamente a las garras de la hiedra, como decididos a fosilizar su gloria. Algunos encaramados en lo alto de las colinas (Asos, Priene, Myra ...), los otros entre rocas y praderas (Troy, Éfeso, Mileto, Euromos, Halicarnaso…). A diferentes grados de conservación teatros, muros y fachadas, caminos, fosas y tumbas, templos y Acrópolis, derrumbados o milagrosamente elevados, muestran todos, la proeza de un arte consagrado a la veneración de deidades ahora extinguidas. Frente a un tal espectáculo, no se puede evitar el impetuoso deseo de abrazar y hasta besar esos, semejantes trozos de la historia. Frente al prodigio que logró enclavar el tiempo, no podemos sino sentirnos cautivados, maravillados… ¿A dónde se fue tanta virtud, tanta inspiración? ¿Por qué 2000 años después, no sabemos vivir mejor? Dentro de otros 3000 años, ¿qué quedará de nuestra época?
Para darle brío a nuestro presente, tomamos un barco que nos llevaría desde Bodrum hasta la península de Datça. Bajo el cielo azul, la luz de la mañana radiaba sobre el mar en deleitable quietud. En tan romántico susurro, ¿cómo imaginarse que nuestro día terminaría en lo alto de una helada montaña? Una noche bajo la tienda de campaña, una velada de supervivencia de apenas 3°C. En este circo de montañas, el otoño no es la mejor época para vagar en bicicleta. Sobre todo, si durante kilómetros y kilómetros, ni hotel, ni gente, ni posada, ni nada de nada…
Pero la geografía de este país es tan variada que a pocos kilómetros de distancia, se abren regiones completamente diferentes, con todos los cambios que esto implica en el paisaje, en la temperatura y en la vegetación.
Detrás del circo helado de montañas, nos esperaba el generoso sol y el mar azul de Marmaris.
Al parecer, en verano, Marmaris es como un hormiguero donde el ruido, la agitación y la basura llegan a ser insoportable. Una ciudad totalmente desaprobada por nuestro guía, pero que la inclemencia otoñal de nuestro éxodo, lo reveló como un pequeño paraíso. “Luna de miel”, más que un hotel, una excelente dirección, para los adeptos al desarraigo. Desde la altura de sus balcones, Marmaris parece como un gran lago, en torno al cual la trayectoria del sol pone en movimiento el fascinante circo de montañas.
La complejidad del paisaje se refleja en la forma de vida y las tradiciones turcas. Y en particular, la increíble diversidad culinaria, una de las más vastas del mundo, hace creer que este entorno, inclemente y empinado, sabe también ser hospitalario. Cantidades colosales de frutas y verduras de todo tipo y color, así como pescados y mariscos abundan en todo el país. Para los amantes del arte culinario, la cocina turca puede parecer un abismo de color y de imaginación un tanto insólito. La variedad de productos, la manera de prepararlos y de asociarlos para componer los diferentes platillos, entradas, ensaladas, postres… da la impresión de que uno podría pasar su vida estudiando y pecando de gula en esta impresionante herencia milenaria.
Y para evitar emanar los vapores después de un suculento platillo, sólo hay que frotarse las manos, la ropa y el pelo, con las gotas de colonia que, por tradición, se ofrecen en restaurantes y comercios de alimentación.
¡Henos aquí en diciembre! De Marmaris a Estambul, ya no podremos continuar en bicicleta. Más de 1200 km en este disparatado pero cautivante paisaje, nos han tomado más del tiempo estimado. Es el momento de acelerar, si queremos disfrutar del Sur del país, antes de nuestra navidad en familia.
Habría que ver como nuestras bicicletas y nuestras 12 maletas fueron prensadas y estrujadas en el cofre del autobús que nos conduciría a Fethiye, para visitar las tumbas rupestres en los acantilados. Pero desde la ventanilla del colectivo, la perspectiva de la carretera es otra que desde una bicicleta. Viendo así la sucesión de colinas y las tremendas curvas en el entorno, no pudimos sino felicitarnos de haber optado por ese transporte. En autobús continuamos hacia Demre para visitar la antigua ciudad de Myra y la iglesia de San Nicolás, que nos recordaría que del cielo, Santa Claus cayó en Turquía. En autobús, también llegaremos a Anthalia, “la ciudad del cielo en la tierra”, y luego de una pequeña estancia, desde ahí le diremos adiós al Sur turco, al mediterráneo, a la calidez del otoño y sin saberlo también, al circo de montañas.
La luz del amanecer del 9 de diciembre bañaba el Bósforo y la Rumelia (rivera europea), a nuestro despertar en “la reina de las ciudades”, la antigua Constantinopla y capital romana. Aun medio adormilados, desde nuestro asiento en el autobús, esta primera imagen de Estambul, fue amor a primera vista.
A 5°C, una hora más tarde, con los pedales bien puestos, zigzagueando entre motos y camiones, entre coches y autobuses, nuestro temerario e irreverente instinto remplazaría el amor. En este mítico y remoto crucero comercial, actualmente morada cultural de 19 millones de personas, avanzaremos algunos 18 kilómetros en espacio de casi 4 horas, desde la terminal de autobuses hasta el barrio central de Sultanhamed, para poder encontrar un hotel. Situado en el distrito más antiguo de la ciudad, entre callejuelas y plazas burbujeantes de cúpulas, Ayasofia, nuestro pequeño hotel, nos dará alojamiento por casi un mes. Desde ese 9 de diciembre, cada tarde de cada día, esperando la llegada de Anne y Antoine, desentumiriamos nuestros músculos y esqueleto durante largas e incansables caminatas, intimando con el telón de tan potentes y ostentosos imperios, compenetrando en la herencia y el desafío de su última civilización…
¡Erase una vez un cuento de navidad en familia pero sin Marco! ¡Te echo de menos mi coco!
En resumen, la Turquía no lee ni se cuenta... ¡La Turquía hay que crujirla, hay que vivirla!